Frida Kahlo |
"No
estoy enferma, estoy rota; pero, estoy feliz de estar viva mientras pueda
pintar. "
Frida Kahlo
Una mañana lluviosa de
julio, en Coyoacán, México, nació Magdalena Carmen Frida Kahlo y
Calderón. La niña que abrió sus ojos al mundo un día nublado,
conoció durante su vida el amor, la tristeza, el dolor… y legó a la humanidad
una obra plástica de incomparable calidad y belleza.
Mucho se ha escrito de
Frida, opiniones diversas ha suscitado su personalidad marcada por el
infortunio, una salud maltrecha desde muy temprano y escándalos por su
contradictorio carácter y sus infidelidades conyugales.
A través del tiempo
algunos críticos o biógrafos la han considerado como una de las grandes divas
de la historia; otros la han tomado por una bebedora de tequila, fumadora,
drogadicta y narradora de chistes subidos de tono; algún malintencionado solo
ha recordado a la bisexual que vestía fastuosos vestidos indígenas o a quien organizaba
orgías en las que participaban personalidades de su época: pintores, escritores,
políticos…
Un poco de todo ello fue
esta mujer de vida escandalosa. Sin embargo, la realidad es que Frida está por
encima de cualquier juicio crítico o discriminación por razones de cultura, raza,
preferencia sexual o corriente artística. La calidad de su obra la sitúa en un
pedestal superior, lejos del alcance de la maldad y el menosprecio.
Para aquilatar en toda su
dimensión el valor de esta mujer singular hay que conocer los detalles de una
vida signada por la enfermedad y los dolores físicos. Solo contaba con seis
años cuando la poliomielitis la mantuvo postrada durante nueve meses y como
consecuencia su pierna y pie derecho quedaron deformados. Por si fuera poco, a
los 18 estuvo envuelta en un terrible accidente de autobús que cambió su vida
para siempre.
Es en esta etapa cuando se
inclina por la pintura, distracción que le proporcionaron sus padres para
hacerle más llevadera la permanencia en cama. Poco a poco adquirió destrezas y
habilidades que unidas a su talento innato pronto despertaron la admiración de
quienes disfrutaban sus obras.
A los 22 años conoció a Diego Rivera, el famoso muralista mexicano
a quien
llamó el segundo accidente de su vida. Con él estuvo casada, divorciada
y luego vuelta a casar; pero, su amor por el pintor, la sostuvo en medio de sus
tragedias personales, tanto como su amor por México.
Frida con su esposo, el pintor mexicano Diego Rivera |
Frida no pudo tener hijos;
el accidente y las más de 30 operaciones que sufrió para arreglar su pierna o
su columna, le impidieron ser madre. En tres ocasiones acarició la ilusión de
acunar un bebé en sus brazos, el fruto de su amor por Diego. Tres veces abortó,
quedando sumida en la depresión y la soledad.
Quizás por esta razón se
consoló con muñecas o mascotas y fumó y bebió en exceso; quizás era esta la
causa de su rudeza al hablar, los escándalos en fiestas, las provocaciones, el
desafío a la sociedad que la condenaba sin saber qué había más allá de la
apariencia.
Para quien pretenda
ahondar en ese “más allá” es obligado penetrar en su carne lacerada, en su
orgullo roto por las repetidas infidelidades de Diego, en la maternidad frustrada
que la condenó más que nada a la soledad, en la necesidad casi enfermiza de
vivir en su México natal y no en Estados Unidos ni en ninguno de los países que
visitó.
Cierto
es que ella creó su propio mundo, un universo lleno de cuadros, la mayoría de
ellos retratos suyos, pintados desde la obsesión y el desengaño, la tristeza o
el grito de rebeldía. "Pinto autorretratos porque estoy sola muy a menudo, y porque soy la
persona que mejor conozco… ", dijo en una ocasión. De esta
inclinación por pintarse nace el cuadro La venadita herida.
La venadita herida |
Verdad también que estuvo
políticamente definida, aunque en ocasiones se contradijo por un exceso de
pasión o por escandalizar a los demás. Durante los últimos años que vivió, casi
en cama, dedicó su pintura a reflejar su credo político y algunos de sus
cuadros muestran la hoz y el martillo.
Pero, por sobre todas las
cosas, su prioridad era el trabajo. Una vez, mientras estaba hospitalizada dijo:
"Cuando salga de aquí, hay tres cosas que quiero hacer… pintar, pintar y
pintar". Solo el lienzo y los pinceles la mantenían con vida… y Diego, a
pesar de sus desencuentros él la animaba a seguir adelante, a continuar su obra
que se exhibía en los mejores salones del mundo.
Cuentan
los biógrafos de Frida que por momentos ella consideró la idea del suicidio; no
obstante, no puede haber nadie tan vital en una situación similar: su cuerpo
como el de una muñeca deshecha la condenaba a guardar cama o a usar drogas para
soportar el dolor; su alma clamaba por la libertad física que le estaba vedada
en sus condiciones.
Cuentan además que su
adicción a los narcóticos acabó con su habilidad para pintar y a sus últimos
cuadros se le señalan errores.
La noche del 12 al 13 de
julio de 1954, llovía en Coyoacán, México. En la casa donde nació 47 años antes
falleció esa noche Frida Kahlo, en medio de la tristeza de la llovizna al caer
y el llanto de los más allegados. La causa de su muerte fue embolia pulmonar, aunque
los pensamientos suicidas expresados en su diario hicieron pensar a algunas
personas que quizás se suicidó.
Hasta el final Frida quiso
escandalizar a sus admiradores y al ser introducido su cuerpo en el crematorio,
una ola de calor la hizo incorporar, el cabello envuelto en llamas.
Esta singular mujer había
llevado una vida extraordinaria; ella misma era una mujer extraordinaria. Legó
al mundo más de 200 cuadros, dibujos y esbozos en los que dejó impreso un
mensaje de dolor y en los que no solo aparece retratada en cada pincelada,
también alienta en ellos su México natal, el que tanto amó.
Hoy no creo que haya mejor
manera de recordar a Frida Khalo que disfrutando su obra; en ella parece
renacer para decirnos: “estoy feliz de estar viva mientras pueda pintar. "
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