El 19 de junio de 1953 se consumó uno de los más horrendos crímenes
que recuerda la humanidad. Ese día murieron en la silla eléctrica Ethel y Julius Rosenberg.
La acusación y el juicio
Las circunstancias que rodean el juicio y la ejecución de los jóvenes
esposos han sido ampliamente divulgadas durante los 60 años transcurridos desde
la aciaga fecha. Todo comenzó en el verano de 1950, cuando Ethel y Julius son
arrestados y acusados de conspiración por cometer espionaje al servicio de la Unión Soviética y el haber
facilitado a ese país el secreto de la bomba atómica.
La acusación se basó en falsos testimonios –sobre todo de David Greenglass,
hermano menor de Ethel, y de Ruth Greenglass,
esposa de David- además se presentaron pruebas inconsistentes que no convencían
a ningún jurado.
Era la época de la “caza de brujas”. Una
atmósfera de tensión mundial y miedo nacional marcó el proceso de principio a
fin. Reconocidas figuras del arte, la ciencia y otras esferas permanecían
controladas por la sospecha de ser comunistas o tener alguna simpatía por el
movimiento. Muchos fueron enjuiciados y encarcelados por esa razón.
En ese contexto los Rosenberg fueron detenidos y encarcelados. La
espera en prisión también les sirvió para dejar un conmovedor testimonio a la
humanidad. Las cartas escritas tras las rejas por aquellos días, las fotos, las
apelaciones, constituyen la mayor prueba de la inocencia de Ethel y Julius y un
hermoso legado de amor, confianza y fe en el futuro.
Quiénes eran los Rosenberg
Ethel y Julius descendían de familias judías de origen humilde y como
tal solo aspiraban a trabajar y ser felices juntos. Ella era oficinista; él,
ingeniero. Ambos habían participado en huelgas obreras y otras actividades de
corte progresista como el apoyo a la República Española.
Ethel fue activista sindical y en esa función desempeñó un papel
protagónico en la organización de campañas sociales y políticas hasta quedar
embarazada a mediados de 1942.
Julius permaneció activo mucho más tiempo y entre las actividades que
desarrolló desde 1943 hasta 1945 cuenta la defensa de los obreros que habían
sido despedidos por ser acusados de comunistas.
Al ser detenidos esta disposición progresista y la defensa de los
trabajadores pesaron en su contra; sin embargo, no hubo en ellos un momento de
vacilación ni la intención siquiera de renegar de sus principios.
Ninguno de los dos se declaró culpable a pesar de las presiones y el
chantaje emocional a que eran sometidos, separados de sus pequeños hijos,
temiendo por su futuro. Solo un milagro podía salvarlos o una confesión falsa
en contra de los principios que los habían sostenido y hecho crecer como seres
humanos y mantenerse limpios ante los ojos del mundo.
La cárcel… el amor
En la prisión Ethel y Julius trataron todo el tiempo de mantenerse
fuertes y serenos. Cuando uno se desesperaba, el otro escribía palabras de
aliento y amor. En más de una ocasión expresaron su confianza en el movimiento
popular de apoyo a su causa que tenía lugar en Estados Unidos y en varios
países del mundo.
Pero, para el presidente Eisenhower no fue suficiente ni la falta de
verdaderas pruebas en su contra ni toda la solidaridad de reconocidas
personalidades mundiales de la ciencia y el arte, el clero o la política, y de
aquellas más humildes que se congregaban alrededor de la Casa Blanca solicitando
clemencia.
Es impresionante conocer toda la historia de los Rosenberg y penetrar
en la esencia de su sacrificio: sabiéndose inocentes se enfrentaron al monstruo
desde su misma entraña que tan bien conocían. El 4 de julio de 1951 Julius
escribe en carta a su esposa:
Algunos políticos
utilizarán nuestro caso para amedrentar a las personas liberales y
progresistas, pero nosotros estamos denunciando este complot y no nos hallamos
solos. Es una lucha por nuestras propias vidas, pero también forma parte de una
lucha por la justicia y la libertad de pensamiento.
A principios del año 1953 corrieron rumores de que a Ethel se le
conmutaría la pena máxima con la esperanza de que confesara ante la muerte de
su esposo. La reacción de ella no se hizo esperar; horrorizada ante esa idea
escribió:
En estas últimas semanas
un horrible comentario ha estado ganando terreno. Se esparce fortuitamente el
rumor de que me van a conmutar la pena de muerte, en virtud de consideraciones
humanitarias por mi condición de mujer y madre, mientras mi esposo habrá de ser
electrocutado. Además se espera con confianza que, de darse una situación de
esa índole, “mis secretos de espía” no morirían conmigo… ¡Así que ahora me van
a perdonar la vida a cambio de la de mi esposo! ¡Solo necesito asirme a la
cuerda que tan caballerosamente me han arrojado y dejarlo ahogarse, sin
siquiera lanzarle una mirada! ¡Qué diabólico! (9 de febrero de 1953).
La ejecución
El 5 de abril de 1951 Ethel y Julius fueron sentenciados a muerte. La
ejecución fue señalada para el 21 de mayo de ese año. Después de un largo
período de apelaciones y de elevar una solicitud de clemencia al presidente,
los Rosenberg mueren en la silla eléctrica el 19 de junio de 1953.
Un nuevo crimen político pasaba a la historia de Estados Unidos y
conmovía a la opinión pública en todo el mundo. En Cuba, el 2 de septiembre de
1960, Fidel denunció la barbarie en acto público al proclamar la Primera Declaración
de La Habana.
A pesar del tiempo transcurrido, cada año la memoria de los pueblos
revive la tragedia de los Rosenberg por esta fecha; en especial los cubanos
tenemos razones suficientes para condenar la falsedad del sistema jurídico de
Estados Unidos, el cual defiende siempre a los ricos y encarcela la esperanza
de millones de seres desamparados, solo por ser pobres, negros, latinos… hasta
verlos morir.
Se trata de un sistema que ya había fallado en contra de los Mártires de Chicago
y de Sacco y Vanzetti;
que pretendió atropellar los derechos de Ángela Davis y que hoy mantiene a cuatro
héroes cubanos presos en sus cárceles mientras los verdaderos terroristas
pasean impúdicamente por las calles.
El
18 de junio de 1953, un día antes de la ejecución, Julius escribió:
“Por
la paz, el pan y las rosas, con sencilla dignidad, nos enfrentamos al verdugo
con coraje, confianza y esperanza, sin jamás perder la fe.”
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