Mucho se ha hablado del tema
de los valores en los últimos años. Para algunos, los cambios que sufrió
nuestra sociedad a inicios del siglo XXI trajeron aparejada una crisis en los
valores, sobre todo de los más jóvenes.
Para otros, no se trata
precisamente de una crisis, sino que en los últimos años hemos descuidado el
fortalecimiento de cualidades del ser humano como la honradez, la bondad, el
respeto, la solidaridad, y tantas otras imprescindibles cuando aspiramos a
formar al hombre integral. Por esta
razón, ahora nos vemos obligados a
trabajar intensamente en el rescate de las actitudes positivas que siempre
caracterizaron a nuestro pueblo.
Los valores se generan a
partir de cambios y trasformaciones que suceden a lo largo de la historia.
Surgen con especial significado y cambian o desaparecen en las distintas
épocas. Así la virtud y la felicidad son valores, pero, en la actualidad no
podríamos enseñar a las personas a ser virtuosas o felices según los conceptos
que tuvieron quienes vivieron dos siglos atrás.
La realidad es que el valor se
refiere a una excelencia o a una perfección del carácter. Son valores
reconocidos, en este o en cualquier país, decir la verdad y ser honesto, o
solidario.
Educar a los niños y jóvenes
de acuerdo con los valores priorizados en nuestra sociedad garantizará no solo
el presente, sino también el futuro. Enseñarles a amar profundamente a su patria,
a respetar a los demás, a ser solidarios, laboriosos y desinteresados, a
distinguirse por sus buenos modales, no por su ignorancia de las reglas
elementales de educación formal, entre otras cualidades, contribuirá a un
desarrollo adecuado de las nuevas generaciones y a su felicidad.
Pero, no basta con desearlo o
tratar de imponerlo, los valores no se enseñan de esta forma; se es bueno,
honesto, trabajador y patriota por convicción, es decir, la mejor manera de
enseñar valores es predicando con el ejemplo.
De nada valen los castigos si
después de regañar a nuestro hijo porque empujó a su compañerito en la escuela,
discutimos con el vecino llenándolo de insultos e improperios frente al menor.
Tampoco es saludable decir “pequeñas mentiras” en su presencia para justificarnos
por algo; así no se educa.
Peor resulta si lucramos a
partir del desvío de recursos del Estado, si somos ostentosos, egoístas y
prepotentes. En edades tempranas los malos ejemplos se siguen sin conciencia de
lo que se hace; pero cuando pasa el tiempo y ya no se es tan joven se cometen
graves errores a cuenta de una educación deficiente o equivocada.
Hoy nos convoca la misión de
hacer de las nuevas generaciones dignas continuadoras de quienes han hecho
historia construyendo para ellas un mundo mejor.
Revisemos ahora mismo si
estamos siendo el mejor espejo donde se miren nuestros hijos o los jóvenes que
nos rodean en la cuadra, en la calle, en el centro de trabajo. Si logramos ser
ejemplo para ellos, entonces estaremos en condiciones de educarlos mejor y
pondremos nuestro grano de arena como garantía del porvenir.
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