lunes, 16 de septiembre de 2013

El cantor del pueblo



Víctor Jara

Canto que mal que sales

 Cuando tengo que cantar espanto

  Espanto como el que vivo

  Espanto como el que muero.

 Víctor Jara



Víctor Jara fue asesinado el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile de su país. Durante los cuatro días que permaneció prisionero en aquel lugar había sido torturado cruelmente. Pero, no era suficiente para sus verdugos: había que callar la voz que tantas veces se alzó rebelde en aquel mismo sitio para cantarle al pueblo, contra la opresión, por la igualdad de los hombres y un mundo mejor.

Por eso quisieron destruir todos sus discos y las manos del cantautor chileno  fueron machacadas por los soldados de la dictadura, prueba del peligro que representaban su guitarra y su voz para quienes sumieron al pueblo en el dolor y la muerte.


Una vida para el amor

De origen muy humilde la infancia de Víctor estuvo marcada por la explotación y la miseria. Hijo de campesinos, de su madre, Amanda Martínez, cantora popular, heredó el talento artístico y la atracción por las canciones folklóricas, la atracción por lo sencillo y bello: los paisajes del campo, el trino de las aves la naturaleza toda...

A instancias de Amanda matriculó en la escuela, a pesar de la oposición del padre, Manuel Jara, quien se mostraba renuente a que su hijo fuera ilustrado. Más tarde se trasladaron a Santiago y comenzaron a socializar con los obreros en el local de comidas de la familia.

Allí, Víctor conoce a Omar Pulgar, quien le enseñó a tocar la guitarra. Inició su carrera artística casi sin saberlo, camino deslumbrante que lo guió hacia el corazón de su pueblo. A la vez se relacionaba con los problemas de los trabajadores y se sensibilizaba con sus reclamos.

Tras concluir el servicio militar integró el Coro Municipal que preparaba la  obra Carmina Burana. En la representación conoce a su futura esposa, la bailarina inglesa Joan Turner.

Tenía 24 años cuando ingresó en la Facultad de Teatro de la Universidad de Chile. Por aquella época no tenía siquiera dónde dormir, así que pernoctaba en la escuela; su precariedad económica lo obligó al sacrificio extremo para poder dedicar su vida al arte.
También por aquella época, en el café Sao Pablo, conoció a Violeta Parra con quien sostuvo una profunda amistad. Fue la Viola quien le invitó a cantar profesionalmente cediéndole unos villancicos, pero Víctor decidió documentarse primero en los orígenes de la canción chilena, iniciando una investigación de las raíces folklóricas del canto por lo que se trasladó al campo a conocer  las canciones de los campesinos.

En 1959 dirigió por primera vez una obra de teatro. A partir de entonces cosechó éxitos con obras como "Parecido a la felicidad", "Las de Caín" y "La remolienda". No obstante, las dificultades económicas no desaparecían y Víctor pasaba las noches en los camerinos.

A pesar de sentirse realizado en las artes dramáticas, Víctor se inclinaba más hacia el canto; por sus venas corría la sangre del cantor popular y en 1961 junto con el conjunto folklórico Cuncumén inició una gira por Europa en la que comenzó a componer sus primeras canciones, como "Palomita verte quiero" dedicada a su mujer Joan:

"Lloro con cada recuerdo
a pesar de que me contengo
lloro con rabia p'a fuera
pero muy hondo p'a dentro
Palomita verte quiero"

Por mucho tiempo supo compaginar su actividad teatral con la composición musical, y en 1965 dirigió la obra “La remolienda”, de Sieveking, así como el montaje de “La maña”, de Ann Jellicoe, por las que recibió el premio Laurel de Oro como mejor director y el Premio de la Crítica del Círculo de Periodistas a la mejor dirección por “La Maña”.

En cuanto a la canción, Jara figuraba ya entre los máximos exponentes, junto a Pablo Neruda y Violeta Parra, del movimiento de renovación cultural y popular que se gestó en Chile en los años sesenta.

El cantor del pueblo

Los textos de sus canciones evocaban la vida de los campesinos, el trabajo cotidiano, la miseria, el hambre… "Cuando voy al trabajo", "El cigarrito", "El pimiento", "El arado" son algunos de los temas que interpretaba ante un público ávido de verse reflejado en sus melodías.

Pronto sus canciones se convirtieron en gritos de protesta, en reclamo de justicia, en clamor de paz para su pueblo y el mundo. En 1969 Víctor publicó el disco “Pongo en tus manos abiertas”, en el que aparece su canción más famosa, “Te recuerdo Amanda” además de “Preguntas por Puerto Montt” o la versión de “El martillo”, de Lee Hays y Pete Seeger.

Con la canción “Plegaria a un labrador” ganó el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, y viajó a Helsinki para participar en un acto mundial contra la Guerra de Vietnam.
Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu hermano
juntos iremos unidos en la sangre
hoy es el tiempo que puede ser mañana

Líbranos de aquel que nos domina en la miseria
tráenos tu reino de justicia e igualdad
sopla como el viento la flor de la quebrada
limpia como el fuego el cañón de mi fusil

Hágase por fin tu voluntad aquí en la tierra
danos tu fuerza y tu valor al combatir…

Al asumir Salvador Allende como Presidente de la República de Chile, Jara fue nombrado Embajador Cultural y en 1971 compuso la música, junto con Celso Garrido Lecca, de la obra de ballet “Los siete estados”, de Patricio Bunster, para el Ballet Nacional de Chile. Junto a Isabel Parra e Inti-Illimani entró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado. Con la discográfica Dicap editó el disco “El derecho de vivir en paz”, que le valió el premio Laurel de Oro a la mejor composición del año.

Recorrió su país para conocerlo a fondo y poder luego dibujar en sus canciones la vida de obreros y campesinos y los cambios que con el nuevo gobierno se producían. También participó en eventos internacionales y su voz fue conocida y aplaudida en los escenarios más diversos porque su mensaje clamaba por la justicia y el amor.

En una entrevista para el programa radial "América canta así", hecha por el decimista y músico peruano Nicomedes Santa Cruz, Jara expresó: “Yo soy un trabajador de la música, no soy un artista. El pueblo y el tiempo dirán si yo soy artista. Yo, en este momento, soy un trabajador. Y un trabajador que está ubicado con conciencia muy definida.”

A esas alturas la derecha chilena reaccionaba cada vez más ante el gobierno democrático de Allende y se producían agresiones para desestabilizar al país. El propio Víctor fue víctima de muchas provocaciones y amenazas; sin embargo, la reacción del cantautor comprometido no se hizo esperar y apareció “Manifiesto” que se convirtió en su canción-testamento:

Yo no canto por cantar
ni por tener buen amor
canto porque la guitarra
tiene sentido y razón
tiene corazón de tierra
y alas de palomita...

...canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva…

Es difícil resumir la vida y obra de Víctor Jara; solo si pensamos en él como cantautor comprometido, militante del Partido Comunista chileno, en la intensidad de su vida y de su carrera artística, en su capacidad para el trabajo y el enorme talento que distinguió su creación, tendremos una imagen cercana de lo que significó su pérdida. Sin embargo, no se contradice esta condición de combatiente con la de hombre de familia.

El hombre, esposo y padre

“Envuélvete en mi cariño, deja la vida volar…” le cantaba Víctor a su esposa Joan en los primeros tiempos de la hermosa relación que mantuvieron hasta que el odio de los fascistas chilenos asesinó al cantor del pueblo.

La vida en común de ambos artistas –ella era bailarina y coreógrafa- estuvo 
llena de amor, compromiso y creación. Tuvieron dos hijas: Manuela (del primer matrimonio de Joan) y Amanda. Como cualquier pareja de enamorados Víctor y Joan tejieron sueños y alimentaron la esperanza de un mundo mejor para su pequeña familia.

Víctor era un padre amante y cariñoso, jugaba con las pequeñas y era un valioso compañero a la hora de crear un mundo fantástico donde ellas eran protagonistas y él su caballero. Fue una época plena de bienestar y de esperanza.

Joan contaría más tarde que él decía sonriente: “Soy un hombre feliz de existir en este momento, feliz de sentir la fatiga del trabajo. Feliz porque cuando se pone el corazón, la razón y la voluntad al servicio del pueblo, se siente la felicidad de haber nacido…”

Tras la muerte del compañero entrañable Joan tuvo que efectuar el reconocimiento del cuerpo y después del entierro partió al exilio junto a sus dos hijas.


El final

El Golpe de Estado de las Fuerzas Armadas chilenas encabezado por el General Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de ese año, lo sorprende en la Universidad Técnica del Estado, y es detenido junto a profesores y alumnos.

En el Estadio Chile -actualmente Víctor Jara- permaneció detenido varios días. Según numerosos testimonios, lo torturaron durante horas, le golpearon las manos hasta rompérselas con la culata de un revólver y finalmente lo acribillaron el día 16 de septiembre. Su cadáver fue hallado el día 19 del mismo mes; tenía 44 balazos en todo el cuerpo y el rostro desfigurado.

Pero, antes Jara había escrito un último poema, testimonio del horror que presenció y sufrió en carne propia en aquel tenebroso lugar, “Somos cinco mil”, también conocido como Estadio Chile.

Cuentan los sobrevivientes de aquellos días que el poema, escrito en un papelito, circuló entre los prisioneros y al final fue descubierto y destruido por los torturadores. Querían apagar su voz, borrar el recuerdo; pero, la memoria de los que lo leyeron consiguió rehacerlo y sacarlo del país para convertirlo en un símbolo de denuncia de las atrocidades de los golpistas.

La obra musical de Jara pudo salvarse del fuego donde iban a parar libros, discos y todo lo que aparentara ser socialista o progresista, no importaba qué, gracias a las manos amigas de muchas personas. Hoy forman parte de la historia de Chile.

El visitante que llega por estos días al Estadio Nacional encuentra que tiene otro nombre: Víctor Jara y al lado de una de las puertas, la misma en la que arrojaron el cadáver del cantautor, hay una placa con su último poema:

Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!

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