Para muchos hablar de
violencia en la sociedad cubana actual ha sido un acto de negación de las
conquistas alcanzadas a lo largo de estos 53 años de Revolución. Sin embargo,
en los últimos tiempos, cada vez con más frecuencia, se aborda el tema en
foros, tesis de maestrías y doctorados e investigaciones de los diversos
especialistas que tienen que ver con este fenómeno.
Reconocer que existen
manifestaciones de violencia en algunos sectores de la sociedad es el primer
paso para encontrar la solución al problema. Ignorarlo es querer tapar el sol
con un dedo.
Y es que la violencia es
un fenómeno de la sociedad moderna, tiene sus raíces en el origen mismo de la
humanidad y se manifiesta en todos los países del mundo, independientemente del
sistema social imperante, aunque de este último dependen las formas en que
aparece representado.
Existen múltiples
definiciones de violencia y entre las más usadas se encuentran la
intrafamiliar, doméstica y juvenil. Las causas de estos fenómenos varían del
sistema capitalista al socialista, aunque sus efectos sean igualmente negativos
para los individuos y la sociedad donde se encuentre sea cual fuere.
Cuba no está exenta de
casos de violencia en los cuales son protagonistas personas de cualquier edad,
sexo o procedencia social. No tienen una alta incidencia los crímenes
pasionales, ni se conoce aquella que engendran los partidos políticos en la
lucha por el poder, la miseria, el desempleo, la discriminación, la droga, la
prostitución, no obstante al revisar las investigaciones o textos
especializados encontramos que en la isla prevalece la violencia psicológica
sobre la física y que la intrafamiliar está asociada al nivel cultural promedio
de algunos núcleos familiares y al número de integrantes de cada uno de ellos.
Pero, las definiciones y
los datos no son tan convincentes como la propia realidad. Subamos entonces a
un ómnibus en horario pico, cuando necesitamos inexorablemente llegar al
trabajo o regresar de él tras una larga y agotadora jornada; esperemos que nos
toque el turno para consultarnos en un hospital, consultorio médico o en la
clínica estomatológica; hagamos una cola en el mercado agropecuario o en la
tienda de víveres a inicios del mes… entonces veremos los ánimos caldearse y
sabremos de qué se habla cuando se menciona la palabra violencia.
La violencia cotidiana
está en todas partes y nos invade en cualquier espacio siempre que se lo
permitamos. Muchos asocian la violencia con la agresión física, con el golpe
dicho de otro modo; no obstante, es violencia lo mismo la que se produce en el
hogar cuando el marido maltrata a su esposa o a los hijos, la del delincuente
que roba o estafa, que la que sufrimos cada día en nuestro medio. Esta última
se produce por la falta de respeto a las reglas, la indisciplina, la falta de
solidaridad y humanismo.
Felizmente predominan en
nuestra sociedad los gestos altruistas, las personas bienhechoras y con un
mínimo de educación formal que nos ponen a salvo de caer a diario en un campo
de batalla.
Con todo y eso hay mucho
qué hacer para combatir la violencia en un centro laboral, por ejemplo, cuando
saludamos al llegar y alguien nos gruñe solo porque cargó los problemas de la casa
para el trabajo y descarga en otros su enojo; cuando el jefe da una orientación
y el subordinado escandaliza antes de analizar la tarea que le están
encomendando; cuando se le señala a un compañero un error y se pone a la defensiva
sin razonar ni escuchar los argumentos de la crítica… sin dudas la lista sería
larga si pretendiéramos enumerar todos los ejemplos que vemos cerca.
En esos casos es difícil
que quienes así se comportan acepten que son agresivos, algunos confunden la
parte positiva de la agresividad –aquella que resulta algo natural y sano, un
instinto para sobrevivir, una fuerza interna que nos ayuda a salir adelante-
con la parte negativa, la que se manifiesta por medio de la violencia. Otros
creen de buena fe que si no hubo golpes y lesiones no hay agresión.
Para quienes así opinan es
preciso recordar que la agresión tiene como objetivo dañar a otro individuo y
ese daño puede ser físico o psicológico, basta que haya una intención conciente
o inconciente de afectar a alguien para
que estemos en presencia de una agresión o acto violento.
En la sociedad moderna y
específicamente en los centros de trabajo la violencia se reviste de diferentes
formas: la agresión psicológica mediante palabras ofensivas e hirientes, los
gritos, insultos, las amenazas, críticas destructivas, el rechazo o también
algunos gestos, silencios o actitudes dañinas.
Cuando somos víctimas de
un acto violento es recomendable mantener la calma, no dejarse provocar puede
ser la mejor arma para enfrentar a los agresores. En situaciones de estrés o
bajo presión las personas suelen perder el control y olvidan la cortesía, el
respeto, la educación formal y cualquier otra condición mediadora para lanzarse
a un enfrentamiento en el que sale a flote lo peor de cada uno de los
participantes. Si en lugar de caer en la discusión invitamos al provocador a
calmarse y conversar, evitaremos el mal rato.
No resulta fácil aguantar
un insulto o una crítica que consideramos injusta o destructiva, pero no queda
otra si queremos evitar los enfrentamientos inútiles que solo incentivan la ira y caldean el ambiente. Tampoco se
trata de “poner la otra mejilla”, sino de acudir al sentido común y a la sangre
fría para evitar que la situación se vaya de las manos.
La mayoría de las veces la
discusión no lleva ningún lugar porque quien nos agrede no quiere ceder ni un
poco en su posición, solo quiere pelea, por eso es preferible esperar al día
siguiente para aclarar las cosas.
Los cubanos no
acostumbramos a aceptar los agravios como buenos, ni los ataques como actos de
buena voluntad; somos agresivos en el mejor sentido de la palabra y nuestro
temperamento es propicio a la discusión y a los vocablos obscenos y
escandalosos, pero también somos inteligentes, educados, solidarios y
respetuosos. Estas son razones suficientes para no cejar en el empeño de
continuar adelante nuestro proyecto de vida ajenos a la violencia estéril e
innecesaria.
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