Víctor Jara |
Canto que mal que sales
Cuando tengo que cantar espanto
Espanto como el que vivo
Espanto como el que muero.
Víctor Jara
Víctor Jara fue
asesinado el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile de su país. Durante
los cuatro días que permaneció prisionero en aquel lugar había
sido torturado cruelmente. Pero, no era suficiente para sus verdugos: había
que callar la voz que tantas veces se alzó rebelde en aquel mismo sitio para
cantarle al pueblo, contra la opresión, por la igualdad de los hombres y un
mundo mejor.
Por eso quisieron destruir
todos sus discos y las manos del cantautor chileno fueron machacadas por los soldados de la
dictadura, prueba del peligro que representaban su guitarra y su voz para
quienes sumieron al pueblo en el dolor y la muerte.
Una vida para el amor
De origen muy humilde la
infancia de Víctor estuvo marcada por la explotación y la miseria. Hijo de
campesinos, de su madre, Amanda Martínez, cantora popular, heredó el talento artístico
y la atracción por las canciones folklóricas, la atracción por lo sencillo y
bello: los paisajes del campo, el trino de las aves la naturaleza toda...
A instancias de Amanda
matriculó en la escuela, a pesar de la oposición del padre, Manuel Jara, quien
se mostraba renuente a que su hijo fuera ilustrado. Más tarde se trasladaron a
Santiago y comenzaron a socializar con los obreros en el local de comidas de la
familia.
Allí, Víctor conoce a Omar
Pulgar, quien le enseñó a tocar la guitarra. Inició su carrera artística casi
sin saberlo, camino deslumbrante que lo guió hacia el corazón de su pueblo. A
la vez se relacionaba con los problemas de los trabajadores y se sensibilizaba
con sus reclamos.
Tras concluir el servicio
militar integró el Coro Municipal que preparaba la obra Carmina Burana. En la representación
conoce a su futura esposa, la bailarina inglesa Joan Turner.
Tenía 24 años cuando ingresó
en la Facultad
de Teatro de la Universidad
de Chile. Por aquella época no tenía siquiera dónde dormir, así que pernoctaba
en la escuela; su precariedad económica lo obligó al sacrificio extremo para poder
dedicar su vida al arte.
También por aquella época, en
el café Sao Pablo, conoció a Violeta Parra con quien sostuvo una profunda
amistad. Fue la Viola
quien le invitó a cantar profesionalmente cediéndole unos villancicos, pero
Víctor decidió documentarse primero en los orígenes de la canción chilena,
iniciando una investigación de las raíces folklóricas del canto por lo que se
trasladó al campo a conocer las
canciones de los campesinos.
En 1959 dirigió por primera
vez una obra de teatro. A partir de entonces cosechó éxitos con obras como
"Parecido a la felicidad", "Las de Caín" y "La
remolienda". No obstante, las dificultades económicas no desaparecían y Víctor
pasaba las noches en los camerinos.
A pesar de sentirse
realizado en las artes dramáticas, Víctor se inclinaba más hacia el canto; por
sus venas corría la sangre del cantor popular y en 1961 junto con el conjunto
folklórico Cuncumén inició una gira por Europa en la que comenzó a componer sus
primeras canciones, como "Palomita verte quiero" dedicada a su mujer
Joan:
"Lloro con cada
recuerdo
a pesar de que me contengo
lloro con rabia p'a fuera
pero muy hondo p'a dentro
Palomita verte quiero"
Por mucho tiempo supo compaginar
su actividad teatral con la composición musical, y en 1965 dirigió la obra “La
remolienda”, de Sieveking, así como el montaje de “La maña”, de Ann Jellicoe,
por las que recibió el premio Laurel de Oro como mejor director y el Premio de la Crítica del Círculo de
Periodistas a la mejor dirección por “La Maña”.
En cuanto a la canción, Jara
figuraba ya entre los máximos exponentes, junto a Pablo Neruda y Violeta Parra,
del movimiento de renovación cultural y popular que se gestó en Chile en los
años sesenta.
El cantor del pueblo
Los textos de sus canciones
evocaban la vida de los campesinos, el trabajo cotidiano, la miseria, el
hambre… "Cuando voy al trabajo", "El cigarrito", "El
pimiento", "El arado" son algunos de los temas que interpretaba
ante un público ávido de verse reflejado en sus melodías.
Pronto sus canciones se
convirtieron en gritos de protesta, en reclamo de justicia, en clamor de paz
para su pueblo y el mundo. En 1969 Víctor publicó el disco “Pongo en tus manos
abiertas”, en el que aparece su canción más famosa, “Te recuerdo Amanda” además
de “Preguntas por Puerto Montt” o la versión de “El martillo”, de Lee Hays y
Pete Seeger.
Con la canción “Plegaria a
un labrador” ganó el Primer Festival de la Nueva Canción
Chilena, y viajó a Helsinki para participar en un acto mundial contra la Guerra de Vietnam.
Levántate y mírate las manos
para crecer estréchala a tu
hermano
juntos iremos unidos en la
sangre
hoy es el tiempo que puede
ser mañana
Líbranos de aquel que nos
domina en la miseria
tráenos tu reino de justicia
e igualdad
sopla como el viento la flor
de la quebrada
limpia como el fuego el
cañón de mi fusil
Hágase por fin tu voluntad
aquí en la tierra
danos tu fuerza y tu valor
al combatir…
Al asumir Salvador Allende como
Presidente de la República
de Chile, Jara fue nombrado Embajador Cultural y en 1971 compuso la música,
junto con Celso Garrido Lecca, de la obra de ballet “Los siete estados”, de
Patricio Bunster, para el Ballet Nacional de Chile. Junto a Isabel Parra e
Inti-Illimani entró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica
del Estado. Con la discográfica Dicap editó el disco “El derecho de vivir en
paz”, que le valió el premio Laurel de Oro a la mejor composición del año.
Recorrió su país para conocerlo
a fondo y poder luego dibujar en sus canciones la vida de obreros y campesinos
y los cambios que con el nuevo gobierno se producían. También participó en
eventos internacionales y su voz fue conocida y aplaudida en los escenarios más
diversos porque su mensaje clamaba por la justicia y el amor.
En una entrevista para el
programa radial "América canta así", hecha por el decimista y músico
peruano Nicomedes Santa Cruz, Jara expresó: “Yo soy un trabajador de la música,
no soy un artista. El pueblo y el tiempo dirán si yo soy artista. Yo, en este
momento, soy un trabajador. Y un trabajador que está ubicado con conciencia muy
definida.”
A esas alturas la derecha
chilena reaccionaba cada vez más ante el gobierno democrático de Allende y se
producían agresiones para desestabilizar al país. El propio Víctor fue víctima
de muchas provocaciones y amenazas; sin embargo, la reacción del cantautor
comprometido no se hizo esperar y apareció “Manifiesto” que se convirtió en su
canción-testamento:
Yo no canto por cantar
ni por tener buen amor
canto porque la guitarra
tiene sentido y razón
tiene corazón de tierra
y alas de palomita...
...canto que ha sido
valiente
siempre será canción nueva…
Es difícil resumir la vida y
obra de Víctor Jara; solo si pensamos en él como cantautor comprometido,
militante del Partido Comunista chileno, en la intensidad de su vida y de su
carrera artística, en su capacidad para el trabajo y el enorme talento que
distinguió su creación, tendremos una imagen cercana de lo que significó su
pérdida. Sin embargo, no se contradice esta condición de combatiente con la de
hombre de familia.
El hombre, esposo y padre
“Envuélvete en mi cariño,
deja la vida volar…” le cantaba Víctor a su esposa Joan en los primeros tiempos
de la hermosa relación que mantuvieron hasta que el odio de los fascistas
chilenos asesinó al cantor del pueblo.
La vida en común de ambos
artistas –ella era bailarina y coreógrafa- estuvo
llena de amor, compromiso y
creación. Tuvieron dos hijas: Manuela (del primer matrimonio de Joan) y Amanda.
Como cualquier pareja de enamorados Víctor y Joan tejieron sueños y alimentaron
la esperanza de un mundo mejor para su pequeña familia.
Víctor era un padre amante y
cariñoso, jugaba con las pequeñas y era un valioso compañero a la hora de crear
un mundo fantástico donde ellas eran protagonistas y él su caballero. Fue una
época plena de bienestar y de esperanza.
Joan contaría más tarde que
él decía sonriente: “Soy un hombre feliz de existir en este momento, feliz de
sentir la fatiga del trabajo. Feliz porque cuando se pone el corazón, la razón
y la voluntad al servicio del pueblo, se siente la felicidad de haber nacido…”
Tras la muerte del compañero
entrañable Joan tuvo que efectuar el reconocimiento del cuerpo y después del
entierro partió al exilio junto a sus dos hijas.
El final
El Golpe de Estado de las
Fuerzas Armadas chilenas encabezado por el General Augusto Pinochet contra el
presidente Salvador Allende, el 11 de septiembre de ese año, lo sorprende en la Universidad Técnica
del Estado, y es detenido junto a profesores y alumnos.
En el Estadio Chile -actualmente
Víctor Jara- permaneció detenido varios días. Según numerosos testimonios, lo
torturaron durante horas, le golpearon las manos hasta rompérselas con la
culata de un revólver y finalmente lo acribillaron el día 16 de septiembre. Su
cadáver fue hallado el día 19 del mismo mes; tenía 44 balazos en todo el cuerpo
y el rostro desfigurado.
Pero, antes Jara había
escrito un último poema, testimonio del horror que presenció y sufrió en carne
propia en aquel tenebroso lugar, “Somos
cinco mil”, también conocido como Estadio Chile.
Cuentan los sobrevivientes
de aquellos días que el poema, escrito en un papelito, circuló entre los
prisioneros y al final fue descubierto y destruido por los torturadores. Querían
apagar su voz, borrar el recuerdo; pero, la memoria de los que lo leyeron
consiguió rehacerlo y sacarlo del país para convertirlo en un símbolo de
denuncia de las atrocidades de los golpistas.
La obra musical de Jara pudo
salvarse del fuego donde iban a parar libros, discos y todo lo que aparentara
ser socialista o progresista, no importaba qué, gracias a las manos amigas de
muchas personas. Hoy forman parte de la historia de Chile.
El visitante que llega por
estos días al Estadio Nacional encuentra que tiene otro nombre: Víctor Jara y
al lado de una de las puertas, la misma en la que arrojaron el cadáver del
cantautor, hay una placa con su último poema:
Somos cinco mil
en esta pequeña parte de la
ciudad.
Somos cinco mil
¿Cuántos seremos en total
en las ciudades y en todo el
país?
Solo aquí
diez mil manos siembran
y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico,
dolor,
presión moral, terror y
locura!