martes, 29 de septiembre de 2015

¿Crisis migratoria o aumento del terror?

El año 2015 ha estado signado por la muerte de miles de seres humanos que escapan de las guerras, la miseria y el hambre.
Las aguas del Mar Mediterráneo, el Eurotúnel, las fronteras, se han convertido en noticias, casi a diario, por obra y gracia de la desesperación de quienes huyen del horror y el miedo, de la destrucción y la muerte.
Algunos expertos han analizado el término «crisis migratoria», y no parece ser este el que refleje en toda su dramática dimensión lo que sucede en esa área con saldo de más de dos mil 760 inmigrantes muertos en lo que va de año.
Sin embargo, las cifras de ahogados y desaparecidos aumentan por días, y no se vislumbra pueda detenerse el trasiego humano como consecuencia de la aplicación de las medidas adoptadas por la Unión Europea.
Decididamente, no se trata de un desequilibrio migratorio entre el África Subsahariana, Medio Oriente y Europa, el tema tiene aristas más profundas y todas giran alrededor de la idea de sirios, libios y de otros países que huyen en masa de la devastación y la desgracia de la confrontación bélica entre facciones, grupos étnicos o religiosos, pero también por razones políticas.
A estas alturas, está claro que en Siria no hay, en el sentido recto de la frase, una guerra civil, pues se conoce que desde afuera se organizó el escenario y se seleccionaron y entrenaron a los “opositores” para simular una confrontación interna.
Bajo esta circunstancia surgió Estado Islámico, grupo terrorista caracterizado por la crueldad de sus acciones, solo comparables con los desmanes del nazismo en contra de los judíos y otras minorías sociales.
Por supuesto, el poder de Estados Unidos, y de otras potencias europeas interesadas en acabar con Bashar Al Assad, se encuentra metido hoy de lleno en el asunto, y lo que es peor, lejos de cejar en el empeño, incrementa el apoyo a quienes agreden a Siria para lograr un «cambio de régimen», cuando la realidad indica otro objetivo más lesivo a la mirada del mundo exterior.
Ahora es difícil prever por cuánto tiempo más se extenderá la guerra en Siria –principal aportador de migrantes- sobre todo porque se incrementa la agresión a esa nación y se preparan más «opositores» con el fin de destruir a Bashar Al Assad.
Recordemos que Al Assad responsabilizó a Europa por dar apoyo a los grupos terroristas. De acuerdo con lo dicho por el jefe de Estado, la única forma para que Europa frene la avalancha de refugiados es dejando de apoyar a los terroristas, ya que son el origen del problema.
Sin embargo, este martes los 28 ministros de Interior de la Unión Europea se reunieron para resolver los problemas más acuciantes asociados al flujo de los inmigrantes y refugiados, y aunque parezca paradójico el centro del análisis fue la necesidad de acordar una nueva distribución entre los países miembros de la Unión de los 120 mil refugiados que en este momento buscan asilo en Europa.
De momento, lograron consensuar un nuevo plan de reubicación de los refugiados, pese a los votos en contra de Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumanía, y la abstención de Finlandia.
Pero, ¿será esta la solución? ¿Acaso no seguirán solicitando asilo más personas desesperadas? Y ¿qué harán para detener los conflictos en la región?
No se puede esperar mucho más, en tanto, quienes podrían decidir no ven más allá de sus propios intereses.

Cuidadoras, protagonistas por el bien ajeno


Los adultos mayores merecen especial atención.

Hace poco hice el recuento de mis amigas o conocidas de muchos años y comprendí que a todas, o al menos a la mayoría, le llegó el momento de cuidar a sus padres ancianos u otros familiares que, por circunstancias de la vida, quedaron bajo su amparo. 
Así como a ellas, me sucede a mí, y a muchas compañeras de trabajo o de mi entorno social. Confieso que no tuve conciencia de lo difícil que resulta, hasta que me tocó vivirlo en carne propia, y la experiencia me ha hecho reflexionar acerca de esta etapa de la vida.
Resulta normal que los padres envejezcan y se llenen de achaques, así se convierten en dependientes de los hijos, varones y hembras. Pero, lo más frecuente es que, sea cual sea el lazo que los una, la mujer asuma la responsabilidad de cuidar a los ancianos o persona impedida de valerse por sí misma en su núcleo familiar. 
No importa si son dos, tres o quince los miembros de la familia; si todos trabajan o alguno no tiene mayores obligaciones: el cuidado de los padres, abuelos o enfermos -con padecimientos crónicos de los nervios, retraso mental, Alzheimer, enfermedades terminales, entre otras patologías- siempre recae sobre las féminas, aunque excepcionalmente algunos hombres también lo hacen, y muy bien, por cierto.
Hijas, hermanas, esposas, nueras, suegras, tías, cualquiera de ellas puede asumir el encargo de cuidar a un enfermo. Para eso han sido educadas: el ejemplo de las abuelitas, al que se adiciona la postura machista y cómoda de padres y hermanos, quienes aseguran que “ellas lo saben hacer mejor”, confirman esta suerte de “herencia de género”.
Hasta en los centros de trabajo -felizmente no en todos- se comprende mejor a la mujer que se ausenta porque tiene que llevar a su familiar enfermo a un turno médico, o que se va antes de terminar la jornada porque recibió una llamada para avisar que en la casa necesitan su presencia.
Y es que socialmente también se ha predeterminado la función de cuidadora para las mujeres, aun cuando esta debiera ser una responsabilidad compartida por toda la familia.  
Generalmente ocurre que las cuidadoras se ven obligadas a renunciar a vivir como lo habían hecho hasta el momento de asumir su nueva función.
Poco a poco van relegando proyectos personales y laborales; abandonan puestos de dirección porque no pueden cumplir con todo; piden licencia o reducen sus jornadas; se llevan los papeles a casa para terminar el trabajo de madrugada; algunas solicitan la jubilación y otras se estresan al querer hacerlo todo bien, en el centro laboral y en el seno del “dulce hogar”.
Lo peor es que olvidan cuidar su salud, por el bien de ellas mismas y el de los demás. No tienen en cuenta horarios para alimentarse, dormir y descansar, así empatan los días, las semanas y los meses sin conocer el reposo.
Es por eso que las personas cuidadoras terminan enfermándose. En el aspecto físico sufren cansancio, cefaleas y dolores articulares; comienzan a padecer de hipertensión arterial, trastornos circulatorios, entre otras afecciones; mientras, en el psíquico se manifiestan la depresión, trastornos del sueño, ansiedad e irritabilidad.
En el plano social no podrán disfrutar de tiempo libre para dedicar a sus amistades. En estas condiciones, la soledad y el aislamiento caracterizarán su existencia pues disminuyen las posibilidades de relacionarse con otras personas que no sean las de su entorno familiar. 
Según los especialistas es la codependencia la enfermedad que más afecta a cuidadores y cuidadoras. Esta patología es difícil de identificar y tratar pues se confunde en ocasiones con la actitud sana de una persona que enfrenta un problema.
Se manifiesta en una excesiva preocupación por el otro; la cuidadora o cuidador se siente responsable de la persona a su cargo y culpable por lo que le pueda pasar; no se atreve a alejarse de su lado por más que lo necesite y su conducta en general es obsesiva.
Por supuesto, bajo estas condiciones las posibilidades de perjudicar, lejos de ayudar, aumentan, y la cuidadora será ella misma otro problema.  
Para solucionarlo lo primero que debe hacerse es aceptar que se es codependiente. Luego, quizás sea preciso asesorarse con un profesional o incorporarse a un grupo de autoayuda; en cualquier caso, la conciencia de la necesidad de un cambio de actitud es imprescindible.
Controlar la ira hacia los demás, luchar contra el estrés, distribuir las tareas del hogar para no sobrecargarse y pedir ayuda a los especialistas para salir adelante son condiciones básicas para cuidar con buenos resultados a la persona que tiene a su amparo, a la vez que evita enfermarse.
Las cuidadoras dejan todo a un lado llegado el momento de atender a sus seres queridos que no pueden valerse por sí mismos; interrumpen sus vidas y se olvidan del descanso; corresponde entonces a los demás hacerles la existencia más agradable, brindarles apoyo y cuidar su salud para que puedan cumplir con su deber sin que les resulte una penosa carga.



       

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Giustino di Celmo

Giustino di Celmo/ Foto Cubadebate
Fue una noche de lluvia. Mi hijo había nacido escasos meses antes de ese día y yo, por primera vez, me separaba de él  para ir al Teatro. Ese día, también por primera vez, disfruté del  ballet inspirado en Fabio Di Celmo y me hizo sentir rabia y tristeza, miedo y esperanza. Fue esa  la noche de lluvia en la que mejor entendí el dolor de Giustino, el hombre que ya no estará más.
Los tontos dicen que Fabio estaba «en el momento y el lugar  equivocados»; los ingenuos aseguran que «la cosa era para él» y eso por la manera casi cronométrica  en la que se dieron sus pasos desde la habitación, el pasillo, el ascensor, la bomba….
Los dolidos, los tristes, los más, yo creo que entendemos que la saña no tuvo límites y la ira ante la verdad infinita de este país, tampoco;  irrespetaron sobremanera la vida de cualquiera que estuviera en el camino, en el Copacabana, por amor al odio.
Pero no son estas líneas escritas para Fabio y los acertijos  de su muerte aquel día de 1997, son para un padre sin consuelo hasta el minuto final que se despidió de la vida  sin  ver justicia completa, sin dejar de exigirla y que apostó por acompañar a este país  hasta el último de sus días, a  pesar de los pesares.
Y no fueron pocos, nunca deben ser pocos los pesares de cualquier amanecer  cuando se pierde  a un hijo  joven, repleto de sueños, lleno de ganas, presto a conquistar.
Giustino quedó en la Isla desde  ese año, por decisión personal; y por esa misma razón ingresó al Partido Comunista de Cuba, batalló por Los Cinco, denunció a Posada Carriles hasta el cansancio y  acompañó a quienes lo hicieron a su lado por Barbados, por otros muertos, por amor…
Murió  anoche, a los 94 años y yo veo su foto y pienso en mi hijo, en el fútbol, en Fabio, en aquel ballet y otra vez me da rabia  y tristeza y miedo y esperanza. No se le hizo justicia en vida. La lucha por su llanto: debe seguir.

Publicado en Tiempo 21, por Esther de la Cruz Castillejo