Los adultos mayores merecen especial atención. |
Hace poco hice el recuento de mis amigas o conocidas de
muchos años y comprendí que a todas, o al menos a la mayoría, le llegó el
momento de cuidar a sus padres ancianos u otros familiares que, por
circunstancias de la vida, quedaron bajo su amparo.
Así como a ellas, me sucede a mí, y a muchas compañeras de
trabajo o de mi entorno social. Confieso que no tuve conciencia de lo difícil
que resulta, hasta que me tocó vivirlo en carne propia, y la experiencia me ha
hecho reflexionar acerca de esta etapa de la vida.
Resulta normal que los padres envejezcan y se llenen de
achaques, así se convierten en dependientes de los hijos, varones y hembras.
Pero, lo más frecuente es que, sea cual sea el lazo que los una, la mujer asuma
la responsabilidad de cuidar a los ancianos o persona impedida de valerse por
sí misma en su núcleo familiar.
No importa si son dos, tres o quince los miembros de la
familia; si todos trabajan o alguno no tiene mayores obligaciones: el cuidado
de los padres, abuelos o enfermos -con padecimientos crónicos de los nervios,
retraso mental, Alzheimer, enfermedades terminales, entre otras patologías-
siempre recae sobre las féminas, aunque excepcionalmente algunos hombres
también lo hacen, y muy bien, por cierto.
Hijas, hermanas, esposas, nueras, suegras, tías, cualquiera
de ellas puede asumir el encargo de cuidar a un enfermo. Para eso han sido
educadas: el ejemplo de las abuelitas, al que se adiciona la postura machista y
cómoda de padres y hermanos, quienes aseguran que “ellas lo saben hacer mejor”,
confirman esta suerte de “herencia de género”.
Hasta en los centros de trabajo -felizmente no en todos- se
comprende mejor a la mujer que se ausenta porque tiene que llevar a su familiar
enfermo a un turno médico, o que se va antes de terminar la jornada porque
recibió una llamada para avisar que en la casa necesitan su presencia.
Y es que socialmente también se ha predeterminado la función
de cuidadora para las mujeres, aun cuando esta debiera ser una responsabilidad
compartida por toda la familia.
Generalmente ocurre que las cuidadoras se ven obligadas a
renunciar a vivir como lo habían hecho hasta el momento de asumir su nueva
función.
Poco a poco van relegando proyectos personales y laborales;
abandonan puestos de dirección porque no pueden cumplir con todo; piden
licencia o reducen sus jornadas; se llevan los papeles a casa para terminar el
trabajo de madrugada; algunas solicitan la jubilación y otras se estresan al
querer hacerlo todo bien, en el centro laboral y en el seno del “dulce hogar”.
Lo peor es que olvidan cuidar su salud, por el bien de ellas
mismas y el de los demás. No tienen en cuenta horarios para alimentarse, dormir
y descansar, así empatan los días, las semanas y los meses sin conocer el
reposo.
Es por eso que las personas cuidadoras terminan
enfermándose. En el aspecto físico sufren cansancio, cefaleas y dolores
articulares; comienzan a padecer de hipertensión arterial, trastornos
circulatorios, entre otras afecciones; mientras, en el psíquico se manifiestan
la depresión, trastornos del sueño, ansiedad e irritabilidad.
En el plano social no podrán disfrutar de tiempo libre para
dedicar a sus amistades. En estas condiciones, la soledad y el aislamiento
caracterizarán su existencia pues disminuyen las posibilidades de relacionarse
con otras personas que no sean las de su entorno familiar.
Según los especialistas es la codependencia la enfermedad
que más afecta a cuidadores y cuidadoras. Esta patología es difícil de
identificar y tratar pues se confunde en ocasiones con la actitud sana de una
persona que enfrenta un problema.
Se manifiesta en una excesiva preocupación por el otro; la
cuidadora o cuidador se siente responsable de la persona a su cargo y culpable
por lo que le pueda pasar; no se atreve a alejarse de su lado por más que lo
necesite y su conducta en general es obsesiva.
Por supuesto, bajo estas condiciones las posibilidades de
perjudicar, lejos de ayudar, aumentan, y la cuidadora será ella misma otro
problema.
Para solucionarlo lo primero que debe hacerse es aceptar que
se es codependiente. Luego, quizás sea preciso asesorarse
con un profesional o incorporarse a un grupo de autoayuda; en cualquier
caso, la conciencia de la necesidad de un cambio de actitud es imprescindible.
Controlar la ira hacia los demás, luchar contra el estrés,
distribuir las tareas del hogar para no sobrecargarse y pedir ayuda a los
especialistas para salir adelante son condiciones básicas para cuidar con
buenos resultados a la persona que tiene a su amparo, a la vez que evita
enfermarse.
Las cuidadoras dejan todo a un lado llegado el momento de
atender a sus seres queridos que no pueden valerse por sí mismos; interrumpen
sus vidas y se olvidan del descanso; corresponde entonces a los demás hacerles
la existencia más agradable, brindarles apoyo y cuidar su salud para que puedan
cumplir con su deber sin que les resulte una penosa carga.
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