sábado, 15 de agosto de 2015

Perucho Figueredo, un hombre para respetar



Un hombre montado a caballo en medio de la muchedumbre enardecida, tomó papel y lápiz y redactó unos versos henchidos de fervor patriótico.

Pronto el papel se multiplicó y pasó de mano en mano y, al momento, se escuchó cantar una marcha de guerra. Por primera vez se entonaba en público el Himno Nacional de Cuba.

El autor de la música y los enardecidos versos era Pedro Figueredo Cisneros, Perucho, una de las figuras más ilustres de la villa de San Salvador de Bayamo. La ocasión, el festejo por la toma de esa ciudad, el 20 de octubre de 1868.

De Perucho ha quedado esa imagen grabada en el corazón de su pueblo; sin embargo, son muchos los momentos decisivos en la vida del patriota en que se crece y adopta posturas a la altura de un adalid de mil batallas.

Perucho había nacido en Bayamo, el 18 de febrero de 1818. Estudió leyes y cultivó la literatura y la música. Cuentan sus biógrafos que fue un gran pianista, capaz de conmover a quienes lo escuchaban interpretar las más selectas melodías. Asimismo practicaba con destreza el dibujo y la caricatura.

También se destacó como literato. Manejaba la crítica con gracia e ironía, en el epigrama era intencionado y chispeante y escribió muchos cuadros de costumbres y poesías satíricas.

Su labor en beneficio del desarrollo de la cultura comprende, entre otras acciones, la fundación, en La Habana, del periódico El correo de la tarde, que fue cerrado por las autoridades por ser demasiado crítico con el gobierno español, de la Orquesta Filarmónica, en Bayamo, así como de un teatro de aficionados donde se representaban obras escritas por él.

Junto a Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, organizó el Comité Revolucionario que en Bayamo apoyó el levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, primera gran gesta independentista cubana contra el colonialismo español.

El autor del Himno fue amigo entrañable de Carlos Manuel de Céspedes. Este lazo creció porque una de sus ocho hijas, Eulalia, se casó con Carlos Manuel de Céspedes, hijo, y otra, Blanca, contrajo nupcias con Ricardo Céspedes, hijo de Francisco Javier y sobrino del Héroe de la Demajagua.

Pero, desde mucho antes existía entre ambos afinidad de ideas y sentimientos independentistas. Perucho, desde Las Mangas, secundó el alzamiento, el 13 de octubre de 1868 y además lo hizo en Guáimaro, donde fue electo Secretario de Guerra.

Los azares de la manigua separaron a Perucho de la familia. En junio de 1870, lograron reunirse de nuevo y su esposa se horrorizó al verlo: enfermo de tifus, con los pies llenos de llagas, apenas se parecía al hombre de acción y de guerra que había sido.

Entonces marcharon juntos a Las Tunas, a refugiarse del odio español en los montes de Jobabo. Pero, fue delatado y apresado el 12 de agosto de ese año. Inmediatamente lo trasladaron a Manzanillo y luego a Santiago de Cuba, donde lo condenaron a muerte.

El Conde de Valmaseda le envió un emisario con la propuesta de perdonarle la vida si hacía dejación de la lucha. La respuesta del patriota fue rotunda: “Diga usted al Conde que hay proposiciones que no se hacen sino personalmente para escuchar personalmente la contestación. Yo estoy en capilla y espero que no se me moleste más en los últimos momentos que me quedan...”

Antes de la ejecución pidió un coche o algo que lo ayudara pues apenas podía caminar para llegar ante el pelotón de fusilamiento. Le ofrecieron un burro para humillarlo; pero, no lo lograron. “No seré el primer redentor que cabalgue sobre un asno”, dijo con la frente alta.

El 17 de agosto de 1870, antes de que sus enemigos le dispararan al bravo pecho, Perucho recordó los versos del himno que había compuesto para ser orgullo e inspiración de todos los cubanos: “¡Morir por la Patria es vivir!”.

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