Cultivar el amor desde la familia, garantía de felicidad |
Por estos días, mucho se habla del amor,
y una condición indispensable para que el divino sentimiento exista en los
individuos es que lo haya aprendido desde la cuna.
Y, claro que no exagero. La capacidad de
amar es resultado del desarrollo afectivo del ser humano durante los primeros
años de su vida. El desarrollo afectivo es un proceso continuo y secuencial,
desde la infancia hasta la edad adulta.
A pesar de que el hombre posee una capacidad
innata para amar, el crecimiento y la vivencia del amor se realiza a través de
la experiencia que va adquiriendo a lo largo de toda su vida. En el contexto
individual de cada persona, esta experiencia se ubica en su familia.
Los hijos tienen las primeras nociones
del amor cuando lo reciben de sus padres, y es en el seno del hogar donde
aprenden a mantenerlo por encima de diferencias y cualidades personales más o
menos relevantes.
Por eso, quienes provienen de una familia
unida y afectiva, tienen mayores posibilidades de cultivar todas las virtudes:
el respeto, que es el guardián del amor, la honradez, la generosidad, la
responsabilidad, el amor al trabajo, la gratitud, etc.
El amor que aprendemos en familia se
traduce a la sociedad en nuestras acciones. Desde niños sabremos comportarnos y
ser solidarios, honrados, trabajadores, íntegros, en la misma medida en que
nuestros mayores hayan dado ejemplo de amor y confianza en el núcleo familiar.
En este sentido, siempre será una buena
premisa para educar mejor a los hijos, mantener la unión del matrimonio con el
amor, el cariño y afecto que en cualquier etapa de la unión conyugal
prevalezcan, es decir, encontramos parejas unidas tras muchos años de casados,
y eso no constituye razón para el desapego o la falta de respeto.
En la vida moderna, muchos jóvenes llegan
a enamorarse y hasta se casan sin apenas conocerse. En el mejor de los casos,
luego de la primera impresión descubren que no se amaban tanto como pensaban y
se separan.
La cantidad de divorcios aumenta por día
y con ello los hijos de padres separados, quienes sufren las consecuencias de
la incomprensión, el dolor, el rechazo, las discusiones… No es saludable
entonces, precipitarse a la hora de tomar una decisión tan importante como la de
casarse o tener hijos a temprana edad.
Es preferible disfrutar sanamente la
juventud, y luego asumir la responsabilidad de la familia y los hijos. Eso
también se aprende en familia y con buenos ejemplos.
No olvide: el amor en la familia es la
fuerza que la mantiene unida y la fortalece para que tanto las relaciones de
pareja como las relaciones entre padres e hijos puedan crecer y desarrollarse
plenamente.
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