A Roinel Leyva Labrada lo conocen los vecinos de la calle Rubí y
aledañas, no solo por su entrega como trabajador cuentapropistacírculo infantil, o discutiendo de pelota con José, el Gallego y los hermanos Curbeira.
en la
zapatería que tiene en su casa, sino porque es bondadoso y alegre, y lo
mismo lo encuentras ensimismado en la tarea cotidiana, que lo ves
llevando a la pequeña Zuneiky al
Pero, no todos conocen que en la impronta de Roinel se acumulan, desde hace 18 años, incontables donaciones voluntarias de sangre por las cuales ha recibido cada año certificados de reconocimiento que guarda con orgullo.
De esta humana tarea habla con sencillez y entusiasmo. Cuenta que en
los primeros tiempos como donante, las personas que necesitaban sangre
para una operación por ejemplo, venían a buscarlo a casa.
Luego hicieron aquella reunión en la que participaron otros que, como
él, estaban dispuestos a donar su sangre para salvar vidas, y la
respuesta fue unánime: firmaron el compromiso de hacerlo
sistemáticamente, sin riesgos para su salud y la convicción de que es un
gesto altruista muy necesario para la sociedad.
Desde entonces, Roinel acude al Banco de sangre dos o tres veces al
año para cumplir su misión. Su esposa Mailyn y sus hijas Zuleiky y
Zuneiky están orgullosas de ello. A Rafael, su padre, le brillan los
ojos cuando se refiere a esta faceta suya, y Miriam, su madre, se
emociona al recordar «lo jovencito que era cuando empezó todo».
Roinel es un joven poco comunicativo, pero si logras sacarle algunas
palabras te mira a los ojos, y es directo y sincero al expresar sus
ideas. Él sabe de sacrificios, lo cual no impide que conserve la alegría
y el optimismo propios de su generación.
Nunca anda pregonando su condición de donante voluntario de sangre
porque es modesto y no espera retribución por este acto desinteresado.
Laborioso, buen vecino y entusiasta ante cualquier tarea, Roinel es un
hombre de su tiempo, de esos héroes anónimos que construyen futuro,
quizás sin tener conciencia de ello.
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