Hace pocos días escuché a los padres de un estudiante de séptimo
grado lamentar, aterrados, las amplias posibilidades que tiene su hijo
de desaprobar y repetir el curso.
¿Razones? La falta de estudio sistemático; el poco interés demostrado
por las asignaturas; ninguna concentración a la hora de la clase ni
durante los repasos, entre otras actitudes que se resumen en
indiferencia absoluta por todo lo que tiene que ver con la docencia.
Lo peor es que, en mayor o menor grado, esta situación se repite en
muchos alumnos de la enseñanza media, y cuando se profundiza en las
posturas que asumen como adolescentes, en la calle y el aula, conocemos
que en la mayoría de los casos dedican casi todo su tiempo a las nuevas
tecnologías: la computadora para quienes la tienen en casa, los
videojuegos, teléfonos celulares, tabletas y otras “golosinas” de la
modernidad científica.
Esto sin contar con los temas de moda, el precio de los pitusas,
pullovers, memorias, celulares, y más por el estilo, que dominan a la
perfección, mientras otros andan enamorados y solo piensan en el objeto
de su amor y en sus canciones preferidas.
Es evidente que no hay suficiente vigilancia y exigencia de la
familia -sobre todo de los padres que trabajan- y cuando ocurre lo
contrario, es decir, cuando sí existe control sobre el estudiante,
entonces se producen serios enfrentamientos entre las partes, porque el
menor pretende a toda costa seguir los pasos del grupo y los adultos
tratan de recuperar lo perdido sacrificando hasta el descanso y el sueño
de su retoño.
Los adolescentes en cualquier época se manifiestan con la inmadurez
propia de su edad si queremos imponerles disciplina, sacrificios y
entrega. Por eso, es preciso lograr desde edades tempranas que
entiendan el grado de responsabilidad ante sus tareas, la importancia de
prepararse para el futuro, y que combinar el estudio con la diversión y
el esparcimiento es lo más inteligente.
No se trata de prohibir el acceso a los modernos y útiles avances de
la ciencia y la técnica que, de hecho, cautivan y seducen hasta a los
más viejos, ni tampoco prohibirles que se diviertan en actividades
propias de la edad.
Se trata de fomentar los valores de que tanto se ha hablado en los
últimos años y apelar a ellos: responsabilidad, laboriosidad, respeto…
para incentivar en los muchachos y muchachas el amor por la escuela y la
confianza en el futuro que labran desde hoy.
Dedicar mayor atención a los profesores, realizar con mayor
independencia los trabajos extraclase, aprovechar los encuentros en las
casas de estudio y los horarios de consultas con los docentes son
acciones que compensarían hasta cierto punto lo que no se hizo en el
momento adecuado.
Ahora es tiempo de poner coto a la desidia de unos y otros, así los
resultados del curso serán mejores en cantidad y calidad de los
aprobados y, por supuesto, no habrá razón para echarle toda la culpa a
la escuela por lo que se dejó de hacer en casa.
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