martes, 9 de junio de 2015

La familia y la escuela, unidas por un curso escolar superior en Las Tunas

Hace pocos días escuché a los padres de un estudiante de séptimo grado lamentar, aterrados, las amplias posibilidades que tiene su hijo de desaprobar y repetir el curso.
¿Razones? La falta de estudio sistemático; el poco interés demostrado por las asignaturas; ninguna concentración a la hora de la clase ni durante los repasos, entre otras actitudes que se resumen en indiferencia absoluta por todo lo que tiene que ver con la docencia.
Lo peor es que, en mayor o menor grado, esta situación se repite en muchos alumnos de la enseñanza media, y cuando se profundiza en las posturas que asumen como adolescentes, en la calle y el aula, conocemos que en la mayoría de los casos dedican casi todo su tiempo a las nuevas tecnologías: la computadora para quienes la tienen en casa, los videojuegos, teléfonos celulares, tabletas y otras “golosinas” de la modernidad científica.
Esto sin contar con los temas de moda, el precio de los pitusas, pullovers, memorias, celulares, y más por el estilo, que dominan a la perfección, mientras otros andan enamorados y solo piensan en el objeto de su amor y en sus canciones preferidas.
Es evidente que no hay suficiente vigilancia y exigencia de la familia  -sobre todo de los padres que trabajan- y cuando ocurre lo contrario, es decir, cuando sí existe control sobre el estudiante, entonces se producen serios enfrentamientos entre las partes, porque el menor pretende a toda costa seguir los pasos del grupo y los adultos tratan de recuperar lo perdido sacrificando hasta el descanso y el sueño de su retoño.
Los adolescentes en cualquier época se manifiestan con la inmadurez propia de su edad si queremos imponerles disciplina, sacrificios y entrega. Por eso, es  preciso lograr desde edades tempranas que entiendan el grado de responsabilidad ante sus tareas, la importancia de prepararse para el futuro, y que combinar el estudio con la diversión y el esparcimiento es lo más inteligente.
No se trata de prohibir el acceso a los modernos y útiles avances de la ciencia y la técnica que, de hecho, cautivan y seducen hasta a los más viejos, ni tampoco prohibirles que se diviertan en actividades propias de la edad.
Se trata de fomentar los valores de que tanto se ha hablado en los últimos años y apelar a ellos: responsabilidad, laboriosidad, respeto… para incentivar en los muchachos y muchachas el amor por la escuela y la confianza en el futuro que labran desde hoy.
Dedicar mayor atención a los profesores, realizar con mayor independencia los trabajos extraclase, aprovechar los encuentros en las casas de estudio y los horarios de consultas con los docentes son acciones que compensarían hasta cierto punto lo que no se hizo en el momento adecuado.
Ahora es tiempo de poner coto a la desidia de unos y otros, así los resultados del curso serán mejores en cantidad y calidad de los aprobados y, por supuesto, no habrá razón para echarle toda la culpa a la escuela por lo que se dejó de hacer en casa.

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